21 de diciembre de 2018

Trueno y el espejo


Anotación previa: Este relato lo presenté a un concurso cuya temática eran las historias de peluches enmarcadas dentro del género de terror, suspense o sobrenatural. Como el relato en sí no fue elegido para la antología del concurso, he querido compartirlo con toda persona que quiera leerlo, espero que os guste.

Trueno y el espejo
-       - ¿Te gusta tesoro?
-       - ¡Me encanta mamá, este espejo es precioso!
-       - Me alegra que te guste, creo que quedará muy bien en tu habitación.

Emilia cogió de la mano a Andrea, su hija de 8 años, y juntas fueron al dormitorio de la pequeña, encendiendo la luz cuando llegaron. Allí, sobre el pequeño escritorio de su hija, colocó la madre el espejo que le acababa de regalar. Lo había comprado en un mercadillo de antigüedades y era un bonito espejo ovalado con los bordes metálicos y adornados con piedras preciosas de imitación. No era muy grande, pero Emilia lo compró con la intuición de que iba a gustarle a su hija, y se sentía feliz de haber acertado con su elección.


La habitación de la niña estaba llena de peluches y muñecas, y el espejo suponía un elemento nuevo y destacado en todo aquel conjunto de objetos. A Emilia le resultaba curioso ver al peluche favorito de su hija abandonado sobre la cama de ésta, teniendo en cuenta que, desde que se lo regaló hacía unos meses, la pequeña no se separaba de él. Pero ahora mismo aquel perro de peluche, que tenía la forma de un auténtico husky siberiano, estaba lejos de Andrea, la cual se encontraba sentada tras su escritorio y sonriéndose frente al espejo. Emilia dedicó una última mirada de ternura en dirección a su hija, y acto seguido se marchó del lugar.

Andrea estaba en éxtasis. No era ni mucho menos el primer espejo que veía en su vida ni tampoco en su casa. En el dormitorio de su madre o el cuarto de baño había un par de espejos muy grandes y bonitos, pero la diferencia con el que ahora estaba frente a ella era muy sencilla: éste era suyo. La niña se sentía en aquellos momentos como una actriz de cine que estuviese en su camerino antes de actuar.  Sin embargo…le faltaba algo. Tardó unos segundos en darse cuenta de que Trueno, su peluche favorito, estaba lejos de ella. Así que se levantó de la silla, lo recogió de su cama, y volvió a sentarse frente al espejo. Ahora sí, verse reflejada junto a Trueno le hizo sentirse completa en aquel instante.

Ella sabía que sólo era un peluche, pero era tan precioso y parecía tan dulce que poco importaba que dentro de las costuras tan sólo tuviera relleno en lugar de un corazón y otros órganos. Por eso la pequeña disfrutaba de la imagen que le devolvía el espejo, mostrándola a ella mientras Trueno estaba bien sujeto entre sus brazos.

Andrea escuchó la voz de su madre procedente de la cocina, avisándola de que era la hora de la cena. Mientras la niña giraba la cabeza en dirección a la puerta para responder a su madre, sucedió algo extraño: las piedras de imitación del espejo brillaron fugazmente, y también los hicieron los ojillos del peluche en el espejo, que parecieron cobrar vida por un instante. Todo fue demasiado rápido, ya que cuando Andrea volvió a mover la cabeza hacia el espejo, las cosas estaban igual que antes. Y cuando ella se levantó de la silla y se marchó del cuarto dejando a Trueno sobre el escritorio, se perdió nuevamente ese fenómeno anterior pero ahora de manera más prolongada. Las piedras volvieron a brillar y así lo hicieron los ojillos de Trueno, y el peluche empezó a moverse… ¡en la imagen del espejo!

Era un fenómeno extraño, porque mientras que Trueno estaba totalmente inmóvil y carente de vida sobre el escritorio, su reflejo no solamente se movía, sino que estaba mostrando sus afilados colmillos en el espejo, y la imagen era espeluznante. Andrea tenía suerte de estar cenando en aquellos momentos, porque todo lo que pensaba de Trueno y el espejo habría cambiado radicalmente a la vista de lo que acontecía. Toda la inocencia que desprendía el peluche del escritorio estaba siendo convertida en maldad y agresividad por su reflejo, que seguía mostrando sus afilados dientes mientras le brillaban los ojos.

Un rato después, cuando Andrea volvía de regreso al cuarto tras cenar y cepillarse los dientes, ella y su madre no pudieron ver nada de lo que había pasado con el espejo, porque las piedras ya no brillaban y el reflejo de Trueno volvía a ser normal. Emilia arropó a su hija en la cama, le dio un beso de buenas noches, y se marchó de la habitación apagando la luz. Algunos minutos después se dio cuenta de que no le había puesto a su hija el peluche sobre la cama, pero pensó que por una noche en la que no lo hiciera no iba a pasar nada. Andrea también se dio cuenta de que Trueno no estaba en la cama con ella, pero empezaba a sentir mucho sueño y no tenía ganas de levantarse de la cama para coger su peluche. También pensó que por una noche en la que durmiera sin él no pasaría nada malo. Qué equivocadas estaban.

Cuando Andrea se quedó completamente dormida, el espejo volvió a emitir sus destellos de luz. Inmediatamente el reflejo de Trueno hizo lo mismo que antes, moviéndose y mostrando los dientes. Aunque ahora estaba haciendo algo más…pues con una de sus patas golpeaba furiosamente un lateral del espejo, provocando… ¡que éste se moviera en dirección hacia la cama!

Era una imagen insólita, pues el espejo ya no estaba orientado hacia una de las paredes de la habitación, sino que se había desplazado hasta apuntar completamente a la cama de Andrea, apareciendo ésta reflejada en el cristal. Pero más aterrador que todo eso era ver al inocente Trueno inmóvil sobre el escritorio, mientras que su reflejo seguía presente en el espejo. Sus ojos brillaban con más intensidad que a lo largo de las horas previas, y de su hocico empezaba a caer saliva en abundancia. Parecía que estaba viendo algo de comer…y su cuerpo ya lo estaba digiriendo antes de tenerlo en la boca. En otra parte la casa, Emilia estaba viendo la televisión, sin percibir siquiera el peligro que se estaba avecinando en la habitación de su hija. Empezaba a quedarse dormida, y recibiría el sueño con los brazos abiertos.

Andrea seguía dormida profundamente, y debía de estar teniendo un sueño agradable a juzgar por la sonrisa que se dibujaba en su rostro. Mientras tanto, el reflejo malvado de Trueno parecía estar cada vez más lejos del espejo. De hecho, tan sólo se veían la cola y sus patas traseras, ya que estaba dirigiéndose hacia el reflejo de Andrea en la cama. Quizás era mejor que ella siguiera dormida, porque habría sentido un terror inmenso al ver cómo el reflejo de Trueno se colocaba junto a su cuello, mostrando sus afilados dientes y abriendo la boca.

Incluso habría sido mejor que vosotros, los lectores de esta historia, no vieseis cómo esos dientes se clavaban con violencia en el cuello de la niña, provocando que empezara a brotar sangre por todos lados, manchando las sábanas y la almohada. Andrea empezó a gritar, debido a que su sueño agradable se había tornado en pesadilla y la estaban sacudiendo con enorme fuerza. La chica podía sentir una enorme presión sobre su cuello, cortándole el flujo de aire y haciendo que sintiera cómo debía ser la recta final en la vida de alguien cuando exhalaba sus últimos suspiros vitales. Los gritos de Andrea eran tan fuertes, que Emilia se despertó. La mujer se levantó rápido de la cama y fue corriendo a buscar a Andrea.

Pero mientras llegaba hasta la habitación de su hija, quedaban unos segundos en los cuales Andrea lo seguiría pasando mal. La presión que sentía en el cuello se extendía a otras partes del cuerpo, debido a que el reflejo de Trueno estaba mordiéndole brazos y piernas con ferocidad. Aquel husky albergaba una maldad indescriptible, y sólo actuaba impulsado por la necesidad de morder una y otra vez. Cuando Emilia llegó a la habitación de su hija y encendió la luz, no reparó en la orientación del espejo ni en la imagen que mostraba el cristal, sino en las violentas sacudidas que daba el cuerpo de la niña sobre la cama. Se acercó corriendo junto a Andrea y la zarandeó violentamente, intentando despertarla, pues ésta estaba con los ojos cerrados a pesar del rictus de dolor que mostraba su rostro. Emilia no podía hacer nada, pues Andrea seguía muriéndose en el interior del espejo y, no parecía haber forma de detener lo que ocurría.

Emilia volvió a zarandear a su hija, esta vez con toda la brusquedad que pudo. En el espejo, el husky malvado parecía prepararse para dar su dentellada final sobre el corazón de Andrea. Y la niña, que seguía retorciéndose de dolor en la cama, empujó accidentalmente con las piernas a su madre, la cual cayó hacia atrás, chocando contra el escritorio. Esto provocó que el espejo se bamboleara de un lado a otro y terminara cayendo al suelo, rompiéndose en varios pedazos y desapareciendo el husky del cristal. Entonces Andrea sintió que la presión sobre su cuerpo se aflojaba, y poco a poco pudo abrir los ojos, volviendo a la realidad. Pensó que sólo había sido una pesadilla, pero jamás llegó a saber lo cerca que había estado de morir. Y Emilia tampoco, que recogió los fragmentos del espejo y los tiró a la basura para volver posteriormente junto a su hija. Ambas tardaron en quedarse dormidas, pero lo hicieron juntas y abrazadas la una a la otra.

31 de octubre de 2018

El arte de una decoración conjunta en Halloween

Nota introductoria: Aunque este texto puede leerse de manera independiente, la primera y segunda aparición de Jonás, en las que desvelaba que era taxidermista y conocía a Eloisa, una forense nueva en el barrio, tuvieron lugar en los relatos "El arte de decorar en Halloween" y "El arte de seguir decorando en Halloween" (para leerlos, clickad en el título del que os interese). 

Dichos textos fueron publicados para el Halloween de 2015 y 2016, y esta continuación lo es para el de 2018. Espero que os gusten.


El arte de una decoración conjunta en Halloween

Desde que Jonás y Eloisa habían conectado intensamente hacía unos meses, con la celebración de Halloween en el barrio, se habían hecho inseparables. De puertas para afuera, en el vecindario la relación de ambos no sorprendió por su soltería y por lo encantadores que eran por separado, así que casi caía por su propio peso el que pudieran congeniar tarde o temprano.

Sin embargo, todo era muy distinto en lo que se refiere al ámbito más personal y privado de su relación, ya que Jonás creía haber encontrado a su alma gemela en Eloisa, y el sentimiento de ésta era totalmente recíproco. Ninguno de los dos olvidaba aquella noche de Halloween, en la cual Jonás había descubierto que en casa de Eloisa uno de los objetos decorativos era un esqueleto humano de verdad, y ella había observado que en casa de Jonás había una auténtica calavera presidiendo su decoración temática. Fue entonces cuando ambos sintieron una poderosa atracción, nacida de una pasión común por la muerte, y de un deseo compartido de exhibir sus trofeos ante un público que era incapaz de imaginar lo real que era lo que veía.

Desde aquella mágica noche, en la cual Jonás y Eloisa hicieron el amor en los salones de sus casas, frente a los trofeos de las personas que habían asesinado y de las cuales conservaban sus huesos, la vida había dado un vuelco para ambos. Se habían confesado cosas que nadie más sabía de ellos en el vecindario, como el hecho de que Jonás fuese taxidermista y Eloisa forense, así como el modo en que empezó su deseo de matar personas, tan sólo para tener luego recuerdos de ellas que lucir en ocasiones especiales. Y lo más importante de todo, habían empezado a hablar sobre sus posibles planes para celebrar juntos el próximo Halloween.

A partir de aquella noche, la relación entre ambos floreció rápido, ya que compartían todo el tiempo libre que podían juntos. Jonás empezó a hacer visitas al depósito forense en el que trabajaba Eloisa, y allí hablaban, comían y tenían sexo rodeados de cadáveres. Y Eloisa comenzó a cogerle el gusto a ir al local donde Jonás ejercía la taxidermia, provocando que, tal como pasaba en el depósito, hicieran las mismas cosas, con la única diferencia de que los cadáveres que había en el local de Jonás pertenecían a animales muertos y no humanos.

A todo lo anterior se sumaba el hecho de que unas noches dormían en la casa de Jonás, y otras en la de Eloisa, lo que hizo que poco tiempo después de iniciar su relación empezasen a vivir juntos en la casa de Jonás, ya que la de Eloisa tan sólo estaba alquilada. Tenían una felicidad plena, ya que, al margen de su amor por la muerte, compartían muchas otras aficiones más convencionales. En bastantes de las ocasiones en que tenían sexo, no era extraño que la voz de Little Richard les acompañase musicalmente las veladas. A los dos les gustaban las películas y las series sobre psicópatas y asesinatos, pero también las historias de aventuras espaciales y ciencia ficción. En cuanto a gustos literarios, comprobaron con satisfacción que ambos leían a los mismos autores de terror y suspense. Y así seguía esa espiral de aficiones compartidas. Era todo demasiado perfecto para ser real, pero ambos estaban viviendo ese cuento de hadas y muerte que jamás habían pensado que harían.

A medida que seguían disfrutando de su relación, eran cada vez menos los meses que faltaban para el siguiente Halloween, el cual iban a celebrar juntos, y para el que tenían mucha ilusión por sorprender a sus vecinos con algo nuevo e impactante. Con esa premisa, y tras haberlo planeado tranquilamente, cometieron su primer crimen juntos. Habían decidido usar la furgoneta de Jonás para irse a un pueblo vecino, y asesinar a un indigente de allí que nadie echaría de menos.

Aunque cuando concibieron el plan estaban felices por la perspectiva de hacer aquello juntos, no fue hasta que cada uno apuñaló al indigente cuando se dieron cuenta de lo maravilloso que era el amor, en especial cuando aquel pobre desafortunado exhaló su último suspiro y la feliz pareja se fundió en un tórrido beso. Aquel crimen conjunto les hizo sentir como si estuviesen de parto, y el resultado de aquello no fuese un recién nacido, sino un nuevo cuerpo con el que trabajar para su próxima decoración de Halloween. Y vaya meses de trabajo le dedicaron a aquella causa.


Algunos días antes de Halloween, Jonás y Eloisa disfrutaron decorando por fuera y por dentro la casa de él. Ambos estaban expectantes por la acogida que tendrían en el vecindario sus nuevos objetos temáticos. Aunque la calavera y el esqueleto iban a estar presentes y seguirían causando impacto, no podían competir con la novedad y la elaboración que habían requerido las nuevas “adquisiciones” por cortesía de aquel indigente asesinado.

Y llegó al fin la deseada noche. El estreno de la nueva sinfonía mortuoria de Jonás y Eloisa. Cuando las primeras personas llamaron al timbre de la casa, la pareja estaba nerviosa, ya que su trabajo iba a ser valorado en poco tiempo, y esperaban causar asombro y estupefacción entre los visitantes. Cuando el primer grupo de niños disfrazados accedió al salón de la casa, acompañados de sus padres, lanzaron gritos de asombro ante las nuevas piezas decorativas.

Un par de chicos tocaron un pie que parecía demasiado real al tacto, y se sintieron como si realmente estuviesen acariciando uno de sus propios pies. Por otra parte, uno de los padres se fijó en unos ojos que había flotando en el interior de un pequeño frasco con líquido, y que parecían tan auténticos que con sólo verlos provocaban escalofríos. La percepción al mirarlos era extraña, como si realmente fuesen de verdad y no estuviesen fabricados artesanalmente. Pero eso no era todo, pues colocadas en la barandilla de la escalera de la casa, había dos manos que todo el mundo terminaba cogiendo para sentirse como si estuvieran al lado de la famosa “mascota” de la familia Addams.

Si aquellas personas supiesen cómo de reales eran aquellas partes del cuerpo humano que tocaban, acariciaban, o con las que se fotografiaban, no volverían a conciliar un sueño tranquilo durante el resto de sus vidas. Pero esa era la magia de Halloween, una ocasión especial para que una pareja de enamorados exhibiese ante todo el mundo sus trofeos, y además lo hiciese con total tranquilidad, disfrutando especialmente cuando algunos agentes de la policía local accedían al interior de la casa para ver por qué todo el mundo salía asombrado del lugar.

A medida que la noche fue llegando a su fin y dejó de haber tanta gente en las calles, Jonás cerró la puerta de su casa y apagó las luces. Notaba su corazón desbocado cuando vio a Eloisa encendiendo algunas velas en el salón, colocadas cerca de todas y cada una de las piezas decorativas humanas. Los dos disfrutaron un rato del maravilloso trabajo conjunto que habían hecho en los meses anteriores, e hicieron el amor sin dejar de mirarse el uno al otro, y sin dejar de lanzar miradas de felicidad hacia sus trofeos. Bendito Halloween, mágico amor, bella muerte.  

P.S: Si os ha gustado este relato, aquí tenéis el enlace de su continuación, acontecida en el Halloween siguiente. Se titula "El arte de proteger un estilo de vida en Halloween".

17 de septiembre de 2018

Lluvia de septiembre

El verano iba tocando a su fin con la llegada del mes de septiembre, y, aunque el otoño no tendría su inicio hasta casi acabar el mes, ya empezaban a sucederse los primeros días de lluvia en todo el país, incluyendo la ciudad de Granada, donde acababa de mudarse Beatriz.

Tras un intenso verano de vacaciones en la playa, Beatriz había realizado la mudanza desde Alicante hacia Granada, la nueva ciudad donde residiría durante algún tiempo. El motivo del traslado era la necesidad de encontrar un nuevo lugar desconocido para ella, donde poder hacer lo que más le gustaba sin que la curiosidad suscitada en torno a su persona pusiese su libertad en peligro.

Tras la muerte de sus padres años atrás, y dándose la circunstancia de que no quedaba nadie más vivo de su linaje, toda la fortuna familiar pasó a ser suya. Y eso le permitía cambiarse de ciudad de residencia a su antojo, sin preocuparle la inversión económica que ello requiriese. Disponer de insultantes cantidades de dinero en distintas entidades bancarias le daba una tranquilidad enorme a Beatriz a la hora de llevar a cabo su mayor afición, en especial cuando confluían diversos factores, y necesitaba cambiar de lugar de disfrute.

Aunque Beatriz estaba próxima a cumplir los 34, llevaba ya varios años disfrutando de su mayor afición, tan oscura que nadie salvo ella y la persona implicada en cada ocasión estaban al tanto. Además, había cogido la costumbre de ponerse en marcha con las primeras lluvias de septiembre, ya que tras cada verano de relax había que volver a disfrutar, en especial cuando uno puede dedicarse sin ningún tipo de impedimento a aquello que más le gusta.

El motivo de ajustarse a ese marco temporal era sencillo. Si todo el mundo que trabajaba tenía derecho a disfrutar de unas vacaciones, ¿por qué ella, a pesar de ser millonaria y no tener trabajo, no podía disfrutar de unos meses de descanso antes de volver a asesinar gente en una nueva ciudad donde no ser investigada?

15 de mayo de 2018

Pacto tácito entre vaqueros (Parte 3 de 3)

Sin embargo, y hasta que llegara el momento de la venganza, había mucho por hacer. Entre otras cosas, Stanley estaba decidiendo qué hacer con su camarada. Pensaba cortar la soga y enterrarle, eso lo tenía claro. Pero podía adentrarse un poco más en el bosque, por si encontraba a alguna persona que viviera allí y le prestara un poco de ayuda. No era menos cierto que quizás los atacantes estuviesen descansando por la zona, aunque Stanley tenía el fuerte presentimiento de que aquellos malnacidos habrían vuelto a Rittersjäger, y justo allí iría a buscarlos. Aunque eso tardaría un poco en producirse. Lo primero era decidir qué hacer en ese momento.

Tras meditarlo un par de minutos, Stanley se enjugó las lágrimas con la manga izquierda de su camisa, y se puso en pie. Optó por buscar la piedra más afilada que hubiera por los alrededores, y una vez en su poder, la usó para cortar la cuerda del roble. Con el ahorcado ya en el suelo, Stanley le retiró la soga del cuello, e inmediatamente dejó apoyado el cadáver sobre el roble. Acto seguido, y guardando la piedra en uno de los bolsillos de su pantalón, se puso en marcha, intentando encontrar algún otro ser humano por los alrededores.

Casi había atravesado medio bosque cuando empezó a escuchar los relinchos de un caballo. Pensó que era un producto de su imaginación, debido al deteriorado estado físico en el que se encontraba. Pero se dirigió al lugar del que procedía aquel sonido, y tuvo la enorme suerte de encontrar a un tipo montando a caballo. Por suerte no era ninguno de los asaltantes de la otra noche. Al principio, y movido por su entusiasmo, Stanley se acercó con tanta brusquedad que el tipo desenfundó su revólver y le apuntó con él. Fue eso lo que devolvió a Stanley a un estado menos nervioso, haciéndole retroceder con las manos en alto.

Tras responder a algunas preguntas que le hizo aquel tipo, y que provocaron que Stanley le pusiera al día de los acontecimientos que le habían llevado allí, las cosas parecieron suavizarse. En aquellas circunstancias, y dado el pobre aspecto que ofrecía Stanley, que parecía más enfermo que peligroso, no fue difícil que el hombre del caballo sintiese compasión de la otra persona, y accediese a ayudarle con el cadáver.

Pero eso no evitó que Stanley encabezase la marcha a pie, ni que el tipo del caballo le apuntase con el revólver hasta que llegaron al roble. A fin de cuentas si un jugador quería conservar sus fichas en la partida de la vida, debía ser precavido. No obstante, cuando llegaron al roble donde estaba el cadáver, las precauciones dejaron de ser necesarias, y el hombre le reveló a Stanley que se llamaba Eugene.

Y así fue como, usando una pequeña pala que tenía Eugene en sus alforjas, Stanley y él pudieron cavar un hoyo donde enterrar al muerto. No era ni de lejos el lugar ideal para enterrar a alguien, pero no había otra opción. Con el hoyo nuevamente cubierto de tierra, Stanley dejó sobre él la soga. Pensaba volver a aquel lugar cuando todo hubiese terminado, si es que él sobrevivía a los acontecimientos, y aquella cuerda serviría de recordatorio sobre la ubicación de la improvisada tumba. Eugene y Stanley dedicaron una inclinación de cabeza a la tumba, y se prepararon para pasar la noche allí.

Stanley agradeció enormemente comer y beber algo aquella noche, ya que se sentía cada vez más débil, y reponer fuerzas de aquel modo sólo pudo ser superado por unas cuantas horas de sueño reparador. Al día siguiente, no fue necesario que Stanley pidiera ayuda para llegar a Rittersjäger, sino que el propio Eugene le ofreció montar en el caballo junto a él.

Debido a la traumática experiencia vivida con su anterior compañero de viaje, Stanley procuró no socializar mucho con Eugene, y, disculpándose por ello, tan sólo le fue dando las indicaciones necesarias para llegar a Rittersjäger. Todo el tiempo que no empleó para hablar, y que fue mucho, lo dedicó Stanley a preparar su venganza. Tenía una fuerte convicción de cómo se desarrollarían las cosas, y esperaba estar a la altura de las circunstancias.

Eugene y él Emplearon casi todo el día en llegar a su destino, pero lo consiguieron cuando la noche empezaba a cernir su manto de oscuridad sobre aquel lugar. Stanley se bajó del caballo, le pidió un último favor a Eugene, y aprovechando la ventaja que le otorgaba la oscuridad, se dirigió hacia los establos, mientras que Eugene tomó rumbo hacia el saloon.

Una vez en el interior de los establos, Stanley se sintió con energías renovadas cuando encontró allí a su caballo, junto al de su compañero muerto. No tenían marcas de haber sido maltratados, pero eso no disminuía su intensa rabia interior. El mozo de los establos apareció allí y le reconoció. Fue entonces cuando Stanley le contó lo sucedido, y le preguntó si las mismas personas que habían llevado allí esos caballos seguían en el pueblo. La respuesta del mozo fue afirmativa y contundente: estaban jugando al póker en el saloon. Eso aceleró el pulso de Stanley, que acarició el bolsillo del pantalón en cuyo interior conservaba la piedra, y supo que todo terminaría pronto, para bien o para mal.

Tras despedirse del mozo, Stanley se encaminó hacia el saloon, en cuya parte exterior le estaba esperando Eugene, tal como le había pedido. La misión de Eugene simplemente era la de evitar que cualquiera de los asaltantes que se marchara del saloon lograra huir del pueblo. Stanley le dedicó una sonrisa de agradecimiento, y se adentró en el local.

A pesar de la algarabía y la multitud de personas que había congregadas allí, no fue difícil reconocer a sus asaltantes. Estaban jugando en la misma mesa al póker junto a otras personas, y seguramente puliéndose el dinero que Stanley y su compañero les habían ganado.

Sacando la piedra del bolsillo donde la guardaba, Stanley se dirigió hacia la mesa donde aquellos malditos jugaban tan alegremente a las cartas. Uno de ellos le reconoció, pero ya era tarde, demasiado tarde. Stanley, guiado por una enorme explosión de adrenalina, actuó con una rapidez impropia de él.

Lo primero que hizo fue clavar la afilada piedra en el cuello del hombre más cercano. Acto seguido, mientras el tipo se retorcía en la silla y lo impregnaba todo de sangre, Stanley cogió la pistola que éste llevaba en el cinturón, y la desenfundó tan rápido que no dio opción a sus rivales, disparando en la cabeza de todos ellos. Stanley estaba tan poseído por la ira, que ni siquiera se percató del sepulcral silencio que súbitamente había invadido el saloon. Todas y cada una de las personas allí presentes, incluidas las que estaban sentadas en la mesa y no había matado, le miraban nerviosas.

Stanley, todavía sosteniendo en su mano el revólver que acababa de usar, cogió de la mesa la misma cantidad de dinero que le habían robado, y encontró sus alforjas colgadas en una de las sillas de los muertos. Habiendo recuperado sus pertenencias, tuvo un último instante de sádico disfrute, cuando vio al tipo apuñalado exhalar su último suspiro de vida. En sus ojos vio reflejada la sorpresa. Seguramente la misma incrédula sorpresa que él había sentido cuando les atacaron aquella noche en el arroyo.

Con paso lento pero decidido, Stanley abandonó el saloon, provocando cierta tranquilidad en las demás personas. Eugene seguía en el exterior, y en esta ocasión fue él quien le dedicó una sonrisa al otro. Stanley le dio las gracias por todo, y le ofreció la mitad de su dinero como compensación por todo. Pero Eugene no aceptó, justificando su decisión en que quizás, en otra ocasión, otra persona haría lo mismo por él si el destino le hacía una jugarreta.  

Y así fue como ambos hombres se despidieron, deseándose suerte en su camino. Eugene se internó en el saloon, cuya algarabía volvía poco a poco, y Stanley se dirigió hacia el establo. Una vez allí, se montó en su caballo, y tras decirle al mozo que se quedara el animal que había pertenecido a su amigo muerto, se marchó.

Fiel a su promesa, Stanley regresó un par de días después junto al roble donde estaba enterrado su amigo, para despedirse de él por última vez. El círculo de la venganza se había cerrado, y Stanley había cumplido su promesa de venganza, su pacto tácito entre vaqueros.

FIN

7 de mayo de 2018

Pacto tácito entre vaqueros (Parte 2 de 3)

Los vacíos de sus recuerdos se rellenaron súbitamente cuando vio al hombre de color frente a él, ahorcado en una de las ramas del roble. El tipo que había conocido jugando a las cartas, y con el que había tenido esa extraña afinidad, yacía muerto ante él. Stanley sabía ahora cómo había ocurrido lo del riachuelo, pero desconocía el por qué.

Mientras observaba con una profunda tristeza el cuerpo sin vida de aquel desafortunado cuyo nombre no había llegado a conocer, Stanley recordó que, justo a la mañana siguiente de la partida de póker, se había levantado con una resaca tremenda. Tras invertir un tiempo considerable en recoger sus pertenencias y abandonar la habitación, se despidió del dueño del saloon, encaminándose a los establos de Rittersjäger. Allí le pagó al mozo una generosa suma por haber cuidado de su caballo, y tras colocar sobre el equino la silla de montar y las alforjas, se subió sobre él y abandonó el lugar.

Una vez alcanzó la entrada del pueblo, Stanley se había encontrado con el hombre de color, que también iba sobre un caballo. Tras un movimiento de sus cabezas a modo de saludo, tuvieron una breve charla. Aunque sus destinos eran diferentes, durante gran parte del viaje debían ir por el mismo camino, así que era agradable para ambos la idea de hacerse compañía. Y a pesar de que no se habían presentado formalmente, se marcharon juntos de Rittersjäger. Stanley pensaba ahora en el error que cometió al no preguntarle cómo se llamaba, pero en su momento había pensado que tarde o temprano se produciría una presentación. Quizás en el momento de tomar caminos distintos, pero cómo iba a saber él lo que ocurriría…

Ni Stanley ni su compañero de póker y viaje se percataron de que, al abandonar el pueblo, estaban siendo observados por un grupo de varios hombres. Dichos tipejos, llenos de rabia por haber perdido una considerable suma de dinero en la partida de la noche anterior, se habían aliado con el fin de recuperar sus ganancias, y para ello atacarían a aquel negro indigno no sólo de entrar a un saloon, sino de montar a caballo. Si tenían que matarle, lo matarían, y nadie se arrepentiría por ello.

La idea acordada por el grupo era seguirle a una distancia prudente, y emboscarle en pleno desierto y no en el pueblo. No querían ser vistos por nadie, ni por consiguiente ser interrogados o encarcelados por las autoridades locales. El plan no contaba con el hecho de que habría otra persona en la ecuación, que además también les había desplumado. Pero el resentimiento no iba dirigido contra él, sino que las motivaciones violentas estaban fundamentadas por el color de la piel y los privilegios de los que gozaba alguien que debía servir como esclavo y no transitar libre como un conejo de campo.

Y fueron transcurriendo las horas mientras Stanley y su compañero cabalgaban con calma y estaban enfrascados en conversaciones triviales, al tiempo que sus perseguidores no les perdían ojo desde la distancia. El día fue avanzando lenta e inexorablemente. Hubo tiempo de que ambos grupos de personas parasen a comer, para posteriormente reanudar la marcha.

Ya avanzada la tarde, Stanley y su compañero avistaron el riachuelo, y deseosos de refrescarse tras el fatigoso viaje, acordaron pasar la noche allí. Aquella decisión selló el destino de ambos, pero teniendo tras de sí a esos perseguidores cuya presencia ignoraban… ¿acaso otra elección habría cambiado las cosas? Seguramente no. Pero ya se sabe cómo es la mente humana, que ansía aferrarse al recuerdo de las malas decisiones para martirizarnos por cómo devienen las cosas.

Al tiempo que Stanley se debatía sobre cómo bajar del roble al muerto, se le iban agolpando en la mente los últimos sucesos que vivió antes de quedar fuera de combate. Cuando él y su compañero se disponían a cenar, fueron asaltados por un grupo de tipos violentos. Uno de ellos le propinó al hombre de color un golpe tan violento con la culata de un revólver, que Stanley vio cómo le saltaban algunos dientes de la boca.

A pesar de la escasa luz natural que quedaba en el cielo, Stanley pudo reconocer a un par de los asaltantes. Eran tipos a los que había desplumado al póker la noche anterior. En su momento no le había dado importancia, ya que por su propia experiencia como jugador, unas veces se gana y otras se pierde, y jamás había sido atacado por esa causa. Pero la sorpresa de ser asaltado por aquellas personas era dolorosa.

Instantes antes de que él les dijera que podían quedarse el dinero si eso buscaban, sintió un fuerte impacto en su cuello que le dejó noqueado. El resto no era difícil de imaginar. Tras comprobar que él no representaba amenaza alguna, ni en aquel momento ni a largo plazo al robarle el caballo y sus pertenencias, los asaltantes se marcharon de allí con el compañero de Stanley y los caballos. El colofón al ataque estaba justo delante de Stanley.

No era el primer ahorcado que veía en su vida, pero sí la primera vez que se sentía vinculado a la persona cuya vida había sido extinguida contra su voluntad. Stanley no pudo evitar derrumbarse entonces, cayendo al suelo de rodillas, y dejando que sus lágrimas manaran de sus ojos en abundancia. La tristeza por lo sucedido dominó sus pensamientos durante un rato, cediendo paso a la frustración por no haber cambiado el desenlace de las cosas.

Una ligera corriente de aire provocó el balanceo del muerto, y los sentimientos de Stanley iban tornándose más oscuros entonces. Ya no sentía solamente pena y frustración, sino que en su interior se iba abriendo paso una sensación que hacía mucho tiempo que no albergaba: la ira. Stanley apretó con fuerza sus puños, y, sin dejar de mirar al compañero caído, le hizo mentalmente una promesa. No descansaría hasta vengar aquella atrocidad.

Podía aceptar que le robaran, que le golpearan, e incluso que le dejaran inconsciente. La vida en el oeste no era fácil y formaba parte del juego. Pero lo que Stanley no iba a tolerar, era el asesinato de una persona que no había hecho nada para merecerlo, y cuyo final había sido tan cruel. Puede que no conociera el nombre de aquel hombre, pero habían compartido camaradería y complicidad aquellos días. Iban encaminados a forjar el inicio de una buena amistad, y aquello convertía las cosas en algo muy personal.

Para Stanley, la obligación de vengar aquel daño era imperiosa, y pensaba llegar hasta el final. Aunque no estuviese escrito en ningún lugar, cuando un camarada era asesinado, debía ser vengado. Era un pacto tácito entre vaqueros, y Stanley dedicaría todo su empeño en resolver aquello. Se arrepentirían de haberle dejado con vida.


30 de abril de 2018

Pacto tácito entre vaqueros (Parte 1 de 3)

Saludos, tras una temporada sin publicar relatos en el blog, y con el ánimo de cambiar eso y no dejar de avivar este espacio que tantas cosas buenas me ha aportado, os traigo un nuevo relato que estoy escribiendo. He decidido dividirlo en 3 partes, respetando el esquema de introducción, nudo y desenlace que una historia trágica merece. 

Y mi género elegido para la ocasión ha sido el western, que tanto me gusta y donde tanto disfruto contando historias. Espero que la lectura os merezca la pena y os quedéis con ganas de la próxima entrega...

Pacto tácito entre vaqueros

Aunque le despertó un dolor lacerante en el cuello, lo primero que escuchó Stanley al despertar, fue el sonido del agua a su alrededor. La luz del sol incidía con tanta fuerza sobre sus ojos recién abiertos, que se vio obligado a girar la cabeza hacia un lado para poder recobrar la vista, y ver algo más que una enorme mancha blanquecina en el horizonte.

Un par de minutos después, Stanley pudo constatar que el sonido de agua fluyendo se debía al riachuelo que había a pocos metros de él. No sabía cómo había acabado allí, tirado sobre una porción de tierra ligeramente enfangada, pero cuando se tocó la parte posterior del cuello, de la cual procedía el dolor que sentía, notó un bulto y una sustancia pegajosa. Tras mojar sus dedos con dicha sustancia y echar un vistazo al color carmesí de la misma, no tuvo ninguna duda de que era sangre. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde que le hicieran esa herida? ¿Cómo y por qué se la habían provocado?

Haciendo un considerable esfuerzo mental, empezó a recordar pequeños fragmentos de lo sucedido en días anteriores. No tenía ninguna duda de que, subido a lomos de su caballo, se había dirigido desde Kansas hasta el pueblo de Rittersjäger. Una vez allí, se internó en el saloon de dicho lugar, donde alquiló una habitación al dueño, y además conoció a un hombre de color muy simpático. Stanley recordaba que, por alguna extraña razón, aquel tipo le había caído realmente bien.

Ambos se habían ganado un buen dinero jugando al póker, sin actuar como un equipo, pero teniendo una inesperada complicidad que les permitió machacar al resto de jugadores que fueron desfilando por la mesa. Terminadas las partidas y borrachos como cubas, Stanley y aquel tipo, que no había llegado a decirle su nombre, se habían dado un apretón de manos antes de irse en direcciones opuestas.

El empuje de los últimos recuerdos de Stanley le sirvió para saber que, tras haberse despedido, se había encaminado, no sin cierta dificultad por la borrachera que tenía, rumbo a su habitación, cayendo en su cama como un peso muerto al poco de cerrar la puerta. Aquellas revelaciones eran esclarecedoras, pero no explicaban cómo había llegado del saloon a aquel lugar junto al riachuelo. Debía de haber algo más, y Stanley esperaba poder acordarse tarde o temprano.

Cuando se levantó del suelo, se dio cuenta de que no llevaba puesta su cartuchera, y por consiguiente, no tenía tampoco su revólver. Sintiéndose un tanto indefenso, se acercó a la corriente de agua para beber un poco y limpiarse la herida. Tras observar a su alrededor, no vio a ninguna otra persona, tan sólo algunos pájaros sobrevolando el cielo.

¿Dónde estaba su caballo? Llevaba tres años cabalgando sobre el mismo animal, y era insólito que no estuviera cerca. De hecho, cuando Stanley chifló para llamarle, no obtuvo respuesta. Pasaron algunos minutos más mientras alternaba chiflidos con voces llamando a su caballo, pero el resultado fue el mismo de antes. ¿Qué demonios había pasado? ¿Le habían asaltado robándole su medio de transporte?

El hecho de no ver a su caballo en las cercanías dolía doblemente. En primer lugar por el cariño que le tenía. Y por otra parte… porque en las alforjas que llevaba a cuestas se encontraban todo el dinero y la comida que tenía Stanley. Así que ahí se encontraba él, en mitad de ninguna parte, con sus recuerdos más agujereados que un colador, y sin arma, alimento ni dinero. Al menos el dolor del cuello iba remitiendo un poco. Había que mirar lo único positivo de la situación.

Un rato después, decidió marcharse de aquel lugar. Vio numerosas huellas de caballos más allá de la zona fangosa en la cual había despertado, y eso le despertó la curiosidad. ¿Serían de las personas que le habían golpeado y robado? No es que el respeto al prójimo constituyese el mantra del salvaje oeste, así que Stanley dudaba mucho que las huellas fuesen de personas distintas que hubiesen pasado por allí, mientras él estaba inconsciente. Debían ser de sus agresores. Y aunque él no era ningún experto siguiendo rastros, decidió ir en la dirección en la que iba viendo más huellas. No perdía nada por hacerlo.  

Transcurrieron algunas horas de caminata solitaria, sin encontrar a otras personas, y aunque hacía tiempo que Stanley había dejado de ver el rastro que seguía, el avistamiento de una pequeña extensión boscosa le levantó un poco el ánimo. Quizás ahí obtuviese más respuestas, o quizás se encontrase al fin a otro ser humano. Había visto muchos animales por el camino, pero no era lo que él deseaba. En su situación actual, la idea de encontrarse con alguien como él le hacía sentir cierta calidez.

Sin embargo, aquel sentimiento se esfumó de un plumazo, cuando se adentró entre los árboles y llegó a un claro en aquel pequeño bosque. En dicho lugar se encontró un enorme roble, y colgando de él estaba…

      - Malditos hijos de perra, ahora ya sé lo que me pasó.

10 de abril de 2018

Colaboración en el número 6 de Hormigas

¡Hola a todo el mundo! Lamento tener abandonado el blog estos últimos meses, tanto en lo que a publicaciones propias se refiere, como en lo referente a leer a l@s bloguer@s que habitualmente sigo. Al final cuando el tiempo de ocio escasea estos medios se resienten un poco. 

Pero bueno, hoy os comparto lo que ha sido mi última aportación al mundo del cómic, una colaboración pequeña y modesta pero que me ha hecho ilusión, porque llevaba un tiempo queriendo participar en la publicación granadina "Hormigas", y al fin, en su 6º número, lo he logrado je je. 

Hormigas es un fanzine de cómic que lleva ya 6 años activo en Granada, y para este nuevo número me dejaron formar parte del equipo artístico. La temática de este año eran los superpoderes, de ahí que mi historia sea de ese género, aunque con ese giro final que sabéis que me gusta hacer je je. 

Los dibujos de mi historia han corrido a cargo de mi amiga Raquel Sherman, y además de nuestra historieta os adjunto algunas fotos de la presentación (para quien no me conozca, soy el chico que en la foto de grupo está abajo con sudadera gris), de la mascota de Hormigas (con todo el respeto a Fray Leopoldo), así como la portada de dicha publicación, dibujada para la ocasión por nada más y nada menos que... ¡Jan, el creador de Superlópez! 




Y aquí está mi aportación, una historieta de 2 páginas titulada... "Consejos ajenos". Espero que no os deje indiferentes, y será un placer leer y responder los comentarios que queráis dejarme. ¡Hasta la próxima!