28 de abril de 2017

Fin de trayecto (Parte 1 de 2)

Nota introductoria: He de confesar que este texto lo escribí hace casi dos años y con motivo de un concurso de terror. Como ya ha pasado un tiempo desde entonces, me apetecía compartirlo con quienes tengan ganas de leerlo y expresar sus opiniones. No he modificado nada, por lo que para bien o mal, está escrito del modo en que escribía hace tiempo, así que espero que os guste.



Fin de trayecto

El potente rugido del motor al encenderse, le hizo pensar a Mario que aún quedaban 2 viajes más para finalizar el itinerario y terminar el turno de noche. Mario conducía un autobús de línea que conectaba un pueblo de Granada con el centro de la ciudad. Eran las 22 de la noche, hora de salir desde el pueblo hacia la ciudad, para una vez allí, volver y guardar el autobús en la cochera de la empresa. Una vez que Mario comprobó la hora, quitó el freno de mano y puso en marcha el vehículo. La noche estaba siendo bastante fría y lluviosa; no en vano era pleno invierno, y hacía varios días que no dejaba de llover y las temperaturas estaban siendo bien bajas, rozando los 0 grados, e incluso en ocasiones por debajo de esa franja. El trayecto desde el pueblo hasta la última parada en Granada capital, duraba alrededor de una hora, y hasta alcanzar los alrededores de la ciudad, transcurría por una carretera poco iluminada y con algunas partes mal asfaltadas, algo que había que agradecer a la genial gestión de obras públicas del ayuntamiento municipal.

Mario fijó bien la vista en la carretera, ya que la lluvia y la poca iluminación de la misma hacían complicada la tarea de ver pasajeros a los que recoger. Sin duda era una noche para estar en casa, acompañado de una buena chimenea y oyendo un buen disco de música, quizá con alguien especial como acompañante. Una pena que para Mario eso no fuera posible, y no por el hecho de estar trabajando no, pues si sólo fuera eso ejecutaría tal plan encantado al volver a casa. No era posible porque para empezar, le había dejado su mujer hacía un par de semanas, alegando “disparidad de aficiones y ambiciones en la vida” (¿y después de tres años de pareja y tres de casados se daba cuenta de eso?). También contribuían dos cosas además de la agudeza mental de su mujer: el hecho de que a la chimenea de su casa le hacía falta un arreglo que había aplazado indefinidamente, y que su “ambiciosamente dispar” señora se había marchado de casa cogiendo entre otras cosas gran parte de su colección de discos de música. Así que, como dice la popular frase “ajo y agua” se dijo Mario, y centró su atención totalmente en la carretera, dejando de perder el tiempo en pensamientos agradables pero inejecutables a corto plazo. 

No tardó en llegar a la primera parada del recorrido, deteniendo el vehículo para recoger a dos personas que esperaban bajo un paraguas. Abrió la puerta y observó a la mujer anciana que subía trabajosamente los peldaños, mientras la otra persona, que debía ser su marido por la edad, plegaba pacientemente sus paraguas. Al terminar de subir la anciana los peldaños del vehículo, pasó al lado de Mario y le saludó amablemente, y segundos después hizo lo mismo su acompañante, con la diferencia de que él pagó el pasaje de ambos, y no gesticuló palabra alguna. Una vez que Mario le dio los resguardos de haber pagado el viaje y el hombre se sentó con su mujer, el vehículo reanudó la marcha.

Disparidad de aficiones y ambiciones en la vida...Mario no quería recordarlo pero su subconsciente fue travieso y lo torturó un poco. ¿Cómo puede ser que tras seis años con alguien, te deje por esas razones? La respuesta a la pregunta era tan simple como que había una tercera persona, o bien su mujer tenía más serrín en la cabeza del que nunca había imaginado. Pero Mario no tenía más ganas de pensar en el asunto, así que volvió a dejar la mente en blanco y centrarse en la carretera.

La siguiente parada estaba desierta, así que el autobús pasó de largo por la tranquila calle del pueblo a la que acababa de llegar. Mientras tanto continuaba el golpeteo incesante de agua sobre los cristales del autobús. Mario tendría pronto sus vacaciones, justo al finalizar el mes. La perspectiva de disfrutar de un mes en el principio de su nueva (pero ya vivida antes) etapa de soltería, le levantaba un poco el ánimo, tan oscuro últimamente como la noche que envolvía al autobús en sus entrañas. A escasos metros de la tercera parada, avistó a varias personas refugiadas de la lluvia bajo sus paraguas, y empezó a aminorar la marcha. Una vez detenido el vehículo, Mario inició la maniobra habitual: apertura de puertas y cobro a los pasajeros. En esta ocasión subieron un hombre y dos mujeres, siendo una de ellas la primera en pagar, y sentándose seguidamente en un espacio de cuatro asientos colocados de frente. La siguiente persona fue la otra mujer, que pasó de largo a Mario y observó los gestos que con la mano le hacía la anterior. El hombre que iba con ellas le pagó a Mario, al tiempo que en voz baja le insistía a la segunda mujer en “no sentarse con su pesada vecina” según oyó Mario.

Finalmente, y tras el caso omiso que le hizo la mujer, acabaron sentándose junto a la otra, que esbozaba una sonrisa de satisfacción y empezaba a charlar animadamente. Mario cerró la puerta y arrancó de nuevo. Apenas avanzados un par de metros, se oyeron unos golpes en el lateral del autobús. Mario miró al espejo exterior derecho y observó a dos chicos corriendo, haciendo señas de que parase. Y entonces Mario paró la marcha, abrió la puerta y los dos chicos que venían corriendo y que estaban empapados, le agradecieron parar, le pagaron, y se reanudó la marcha.

Parecía mentira, el autobús aún no había salido del pueblo y apenas se veía nada claramente, gracias a la tétrica iluminación brindada por las escasas y distanciadas farolas de las calles. Hacia la mitad del pueblo, llegando casi a la zona donde se ubicaba el ayuntamiento municipal, estaba la 4ª parada del trayecto. Mario recogió allí a una chica de aspecto gótico y tez demasiado pálida que ni le miró al pagar el viaje, y a un hombre vestido elegantemente con un traje negro a rayas y gabardina oscura, de aspecto mucho más colorido que la chica de hace unos instantes. Qué diferencia de contrastes pensó Mario mientras el hombre le dedicaba una amplia sonrisa (como la de los anuncios de pasta dentífrica que salen en la televisión), y se acomodaba en el último asiento del vehículo.

Mario volvió a circular y tomó rumbo a la 5ª parada, situada casi al final del pueblo, en los alrededores de la zona residencial en la que él vivía. El recuerdo de su casa le dio una cálida sensación de confort, rota inmediatamente cuando pensó que nadie le recibiría al llegar, ni siquiera un perro o un gato, ya que su mujer los odiaba. Tampoco le ayudó ver salir humo de las chimeneas de varias casas colindantes a la suya, dándole una gran sensación de envidia, y no precisamente de la sana. Pasó de largo al no esperar nadie en la calle por donde había de parar el vehículo, y enfiló a gran velocidad la última parte del trayecto, que era toda en línea recta. En la 6ª y última parada, no tardó en divisar a una persona alzándole el brazo en señal de que parase, y así lo hizo. Observó entre curioso y crítico al último pasajero, que era un chico de aspecto hippie: pelo con rastas, ropa holgada y de colores verdosos, y varios parches cosidos en la chaqueta que llevaba puesta, uno de los cuales decía “Yo también fumo como Bob Marley ¿y qué?” bastante pintoresco.

El chico tenía los ojos notablemente enrojecidos, y su expresión facial era una mezcla entre relajada y a media sonrisa. Éste sí que ha fumado como Bob Marley hoy pensó Mario, e incluso puede estar viéndolo todo de color verde ahora. El hippie se tomó su tiempo para sacar su monedero de tela con los vivachos colores de la bandera de Jamaica. Igualmente se tomó su tiempo para sacar el dinero del viaje. Mario pudo oír a uno de los pasajeros decir “el hippie éste se cree que tenemos todo el tiempo del mundo”. Los movimientos a cámara lenta siguieron, llegando a impacientar a Mario, que pensaba que el colofón a eso sería que además le faltara dinero al chico. Tal cosa le resultó graciosa cuando la imaginó en su mente, y empezó a sentirse más animado. Sin embargo eso no pasó, y una vez abonado el importe del viaje, el hippie continuó con su parsimonia yendo hasta el final del vehículo, a sentarse cerca del hombre “sonrisa dentífrica” (el cual esbozó otra sonrisa amplia) y la chica gótica. Diferencia de contrastes: segunda parte, pensó nuestro irónico chófer, al divisar al pintoresco trío de pasajeros del final. Volvió a sentir cómo su ánimo subía unos grados más, y arrancó de nuevo, saliendo de los límites urbanizados del pueblo, donde ya no había más pasajeros que recoger.

Desde que se salía del pueblo hasta que se llegaba a Granada capital, el trayecto duraba unos 45 minutos. Y hasta llegar a carreteras mejor iluminadas, aún quedaban unos 30 minutos, así que Mario despejó del todo su mente, centró la vista en la carretera, y prestó toda su atención a esa labor. Mientras él se mostraba única y exclusivamente centrado en la conducción, las dos mujeres que habían subido en la misma parada seguían hablando alegremente, mientras el marido de una de ellas miraba resignado por la ventana. La pareja de ancianos estaba abrazada y silenciosa. Los jóvenes que casi pierden el autobús estaban jugando con sus teléfonos. La chica gótica escuchaba música por unos auriculares mientras leía un libro. El chico hippie parecía sumido en su mundo interior. Y el hombre “sonrisa dentífrica” hablaba por su teléfono móvil, aunque sin dejar de sonreír. Cualquier persona que hubiese reparado en esa sonrisa perpetua similar a la de Jack Nicholson haciendo de “Joker”, habría pensado que a aquella persona le pasaba algo. Lo que solamente una de las personas ocupantes del autobús sabía, es que de un momento a otro, iba a ocurrir algo terrible para el resto.

El autobús entró en un tramo especialmente oscuro de la carretera, donde no había más vehículos circulando. La estampa no podía ser más solitaria en una noche tan tormentosa, donde lo deseable era estar resguardado de ella en casa. Mario seguía concentrado en mantener firme el rumbo, a pesar del incesante golpeteo de la lluvia sobre el parabrisas y la poca visibilidad. Sin embargo, una gélida voz rompió totalmente su concentración, poniéndole el vello de punta. Esa voz resonó con fuerza en todo el autobús anunciando algo:

- Que comience el espectáculo.

A la voz le acompañó un chasquido de dedos, y todas las luces del autobús empezaron a apagarse. A continuación Mario observó por el retrovisor dos puntos rojos en el fondo del autobús, y sintió el mayor terror que jamás había experimentado. Empezaron a oírse gritos en la parte trasera del vehículo, auténticos gritos de dolor. Mario trató de aferrarse al volante para no salirse de la carretera, pero podía notar cómo su corazón se desbocaba y latía sin ningún control. Los gritos no dejaban de sucederse, y la muerte sobrevolaba el interior del autobús. Se escuchaban multitud de ruidos, sonidos pringosos, y otros similares a cuando una persona se pone a sorber sin miramientos de una pajita. 

Cuando el autobús sobrepasó una de las pocas farolas de la carretera, Mario tuvo unos segundos para observar con claridad lo que sucedía a su espalda. Habían bastado esos segundos para helarle la sangre y destrozar su cordura. Lo que había observado…eran esos dos puntos rojos…y la figura horripilante a la que pertenecían esos puntos, que no eran otra cosa que sus ojos. Mario creyó ver que en la cabeza de aquella figura había un par de cuernos, y no pudo evitar pensar en películas de terror baratas, de aquellas que trataban de luchas contra demonios. Sin embargo, lo más espantoso que Mario había observado durante los segundos que miró al retrovisor, no fue el aspecto de aquella especie de demonio. Lo más terrorífico de todo, había sido ver lo que estaba haciendo, que era abrir el pecho de una de las mujeres del autobús, succionando algo de su interior. Mario supo desde el instante en que lo vio que aquella imagen le acompañaría el resto de su vida...


Para leer la segunda parte clickad aquí

16 comentarios:

  1. Uf un relato de lo mas terrorífico y muy bien redactado, uf, los pelos de punta sobre todo el final, un final que no se si tendrá segunda parte, pero desde luego es un final que no deja para nada indiferente. Un saludo. TERESA.

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    1. Gracias por esas palabras Teresa, me alegra saber que el efecto terrorífico esté bien logrado en este primer acto jeje. Sí, la historia tiene otra parte, pensé que sería una lectura más cansina si lo subía todo de golpe :) ¡Un saludo y gracias por pasarte!

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  2. El relato va por muy buen camino, José Carlos. Me gusta cómo lo has estructurado, dándonos a conocer a todos y cada uno de los protagonistas, como si fuera el reparto de una película coral, para después, a la vez que nuestro conductor, enseñarnos el terror que escondía uno de los pasajeros.
    No sé cómo terminarías en el concurso, pero yo espero el final con ganas.
    Un saludo, amigo.

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    1. Saludos Bruno. Diría que este es de los pocos relatos de terror en los que me he parado a presentar a cada personaje, por escasa que haya sido su duración en este mundo excepto la persona causante de ello jeje.

      La verdad es que no quedé ni finalista, admito que apuré el plazo y me sentí premiado por el hecho de haber logrado terminar este texto que poder compartir ahora. Espero que la otra parte no te decepcione. ¡Otro saludo!

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  3. Si yo fuera el chófer hace tiempo que habría parado y me habría echado a correr en dirección opuesta. Terrorífico e intrigante, José Carlos, a ver qué nos depara la conclusión.
    Abrazo!!!

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    1. Buena acción para escapar de este terrible destino jeje, pero el chófer tiene su ración de sufrimiento esperando en la parte final. Espero que la otra mitad te siga gustando. Gracias por tus palabras y por comentar, soy consciente de que te debo varias visitas :) ¡Otro abrazo!

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    1. ¡Gracias Miguel Ángel! Me alegra verte de nuevo por la blogosfera. ¡Un abrazo!

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  5. Desde luego se tomó su trabajo demasiado en serio, pegado al volante y siguiendo la ruta marcada. Como ha apuntado Mª Jesús, de haber sido un poco más práctico, hubiera debido de parar y echar a correr. Pero un profesional no abandona a los pasajeros a su suerte. Debió pensar como el capitán de un barco, que siempre es el último en abandonar la nave.
    El final abierto nos deja con la duda de si alguien logra escapar con vida.
    Un abrazo.

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    1. Así es, intentó que el autobús no se estrellara, y luego la momentánea imagen que captaron sus ojos le dejó sin respuesta. Así que al final queda una mezcla de responsabilidad por el pasaje, y de falta de respuesta por el terror jeje.

      A final de esta semana subiré la otra parte, y se podrá ver si alguien sale o no con vida de este trayecto jeje. ¡Otro abrazo!

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  6. JC siempre es interesante leer los relatos antiguos de uno, así nos damos cuenta de como haz ido evolucionando y creciendo como escritor.
    Me gusta como relatas los detalles de cada pasajero pues nos da una visualización perfecta de la escena y como describes los sentimientos que andaban rozando la mente de nuestro conductor que pobre, no bastandole con sus propios problemas personales, ahora tiene que lidiar con un demonio.
    Aunque yo que el, paraba el bus y corría tanto que sólo veían de mi el polvo dejado tras mis pasos como el correcaminos. Esperamos inquietos la conclusión José Carlitos. Besossss

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    1. Sí, las lecturas de historias pasadas siempre traen cosas buenas al margen de que nos guste más o menos la relectura. A su manera quería introducir un componente misterioso sobre cuál de los pasajeros podría desencadenar el horror en el trayecto.

      Por los comentarios parece que el conductor obró como un majadero jaja, pero el pobre quedó aterrorizado y sin capacidad de reacción por lo que escuchó y luego vio. ¡Un beso!

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  7. Me ha gustado mucho como vas redactando el tiempo de cada parada y descrito a todos los pasajeros, pensé que este escrito lo hayas visualizado observando un viaje parecido en silencio y anotando lo que ocurría. El punto final has resuelto la escena de intriga y terror en dos líneas. Espero una segunda parte para saber qué ocurrió de verdad en ese autobús aunque sea fruto de tu imaginación. Un abrazo

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    1. Hola, gracias por tus palabras, me alegra que te haya gustado la manera de presentar a los distintos pasajeros, aunque los pobres tengan una presencia tan breve jeje. La verdad es que empecé a visualizar la escena en un viaje en bus, has acertado :)

      En la segunda parte, más aclaratoria, sabrás lo sucedido y la naturaleza del pasajero que desencadena este horror. ¡Otro abrazo!

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  8. Será porque lo has dicho, no sé, que a lo mejor me lo he leído con esa idea en mente (la de que se trata de un relato antiguo) pero sí que se nota la evolución entre este relato y lo que escribes ahora (en el aspecto sintáctico, gramatical y sobre todo el narrativo) Y eso es bueno, porque creces. Cuando yo echo la vista a uno de mis viejos relatos, también noto el cambio... Ojo, que no estoy diciendo que este relato desmerezca en absoluto. Todo lo contrario, tiene algo que no ha cambiado, la frescura de una narrativa clara, sin ornamentos barrocos, pero contundente en su objetivo: mostrarnos el terror... O lo que sea. Una narrativa que se devora ávidamente en espera de otra ración. Hasta el próximo
    Abrazo

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    1. Es posible que sin ser mi intención, la advertencia inicial sugestione un poco a la hora de abordar la lectura, has hecho bien en apuntarlo jeje. Pero es inevitable sorprenderse de la variedad de estilos que puede abordar uno, no ya cambiando de géneros, sino mirando atrás a otras épocas. Eso, como bien afirmas, hace crecer.

      Ya te veo tomándome el relevo en lo de bucear entre tus primeros textos del blog, que con Lily Mod he cambiado de táctica jaja.

      No sé si por generosidad con uno mismo, cuando se lee un relato de hace bastante tiempo, la peor crítica que nos hacemos sea que, partiendo de una premisa buena, lo que fallen sean los tempos o la manera de abordarla. En cualquier caso, me alegra nuevamente que te haya gustado leer este primer tramo de historia. ¡Otro abrazo!

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