14 de noviembre de 2016

Aprendiendo a desaconsejar

Nota introductoria: Aunque este texto puede leerse de manera independiente, la anterior aparición de Windor, en la que cuento sus primeras actividades como consejero real, así como su primera visita a la biblioteca del castillo, tuvo lugar en el texto "Una ardua tarea por delante" (para leerlo, clickad en el título). 

Este texto que podéis leer a continuación, retoma la historia de Windor desde que abandona la biblioteca, y se acerca a la sala de audiencias para hablar con el rey.

Aprendiendo a desaconsejar

Una vez que Windor abandonó la biblioteca, y sin sospechar siquiera que le había estado espiando Letrinus, se dirigió a la sala de audiencias. Allí se encontró al rey dormido en su trono. Sería demasiado generoso decir que el principal dirigente de Trascania roncaba de modo suave. Windor se había criado en una casa rodeada de granjas, y Berinio emitía un sonido similar al de todas las piaras de cerdos de aquellas granjas juntas. De hecho las pocas personas que estaban en la sala, llevaban puestas orejeras para poder hacer sus labores sin perder la concentración.

Viendo que no era el momento ideal para despertar al rey de sus porcinos sueños y hablarle de la biblioteca, Windor decidió aplazar esa conversación para otro momento. Cayó en la cuenta de que había dejado el baúl con sus pertenencias en la “Posada del inepto”, ya que por aquel entonces no sabía si le cogerían para el puesto, y no dio ninguna instrucción al respecto al tabernero. Así que se encaminó hacia aquel lugar.

Ya en las inmediaciones del castillo, Windor observó que los vendedores de antes habían retomado su partida de cartas con dos novedades de lo más extravagantes. La primera era el aspecto de aquellas personas, cuyas ropas y cabellos estaban decorados con más cagadas de paloma, haciéndoles parecer un torpe intento de transmutar un perro dálmata a la forma humana. El otro detalle hizo que el mago empezara a reírse a carcajadas, pues la paloma que él había hecho aparecer de la nada antes de entrar al castillo, y que empezó a defecar sobre los vendedores, seguía allí. Pero estaba acomodada en la mesa de juego. Con varias cartas en el pico. Y había un montón insultante de monedas bajo ella.

Windor se acercó a saludar a los vendedores, y se fijó en que el hombre que le había vendido la barba postiza estaba casi sin monedas para seguir jugando. Así que, recordando lo útil que le había sido aquella barba para adquirir el trabajo, y teniendo en cuenta que aún resistía pegada a su rostro, sintió la inevitable necesidad de mostrarle gratitud al vendedor, y le dio algunas monedas. El tipo, eufórico por ver aumentada un poco su línea de crédito, le hizo un gesto ofensivo a la paloma antes de pedir nuevas cartas. Como allí no había nada más que hacer, el mago se alejó de la zona.

Era inevitable cuestionarse la inteligencia de quien entra en un lugar llamado “Posada del inepto”, y Windor llevaba dos asaltos ya en ese combate mental. Pero mirando el lado bueno, no tendría que volver en un tiempo a la taberna, una vez que diera orden de que enviaran su baúl al castillo. Le hizo saber al tabernero que había sido nombrado consejero real, y le sugirió que cualquier información valiosa que le hiciera llegar y fuera de interés para el funcionamiento del reino, sería bien recompensada. El tabernero se mostró muy contento ante aquella posibilidad, y le dijo a Windor que antes de acabar el día tendría su baúl en el castillo.

Después de marcharse de la taberna, Windor dio un pequeño paseo por los muelles de Trascania. Cuando llegó del viaje en barco sintió que aquel lugar era tan acogedor como una chimenea encendida en una noche lluviosa, pero ahora que recorría nuevamente la zona sin la necesidad de pisar imperiosamente tierra firme, su percepción era otra. Aquello era un caos. Había todo tipo de personas yendo de un lado a otro con mercancías de lo más singular, algunos barcos no podían salir bien de los embarcaderos porque otros les obstaculizaban el paso, unos cuantos marineros peleaban a puñetazo limpio por no quedarse sin barriles de cerveza con los que emborracharse, e incluso algunas mujeres se estaban liando a guantazos por quedarse con los pocos gigolós que recorrían la zona. Hasta el mago al que había perseguido el perro del castillo paseaba por la zona, con los calzones prácticamente al aire. Había mucho que hacer allí.

Fue inevitable anotar en un pergamino algunas ideas que se le ocurrieron a Windor para mejorar el funcionamiento de los muelles. Lo milagroso era que con semejante caos, Trascania fuera un reino que aún siguiera teniendo una posición de prestigio en el mundo mágico. Eso no dejaba nada bien el resto de reinos la verdad. Pero que nada bien.

A medida que empezó a oscurecer, Windor emprendió el retorno al castillo. Se topó con el grupo de vendedores entrando en la “Posada del inepto”. La sorpresa vino tras ver que el tipo de las barbas postizas tenía a la paloma posada en uno de sus hombros, y que ésta sujetaba en su pico una bolsa de monedas. Bueno, finalmente han hecho buenas migas pensó Windor, que volvió a reír a carcajadas mientras seguía su marcha.

Cuando regresó a la sala de audiencias el rey Berinio estaba despierto, aunque a Windor seguía recordándole a una piara de cerdos por la manera en la que devoraba un plato de comida. Berinio usaba sus manos para coger los alimentos, y comía con la boca tan pegada al plato que tenía las mejillas manchadas de salsa. Hasta bebía de su copa como si fuera un caballo en un abrevadero. Seguía sin ser el momento idóneo para charlar con él, por lo que Windor decidió ir a las cocinas a picar algo. A fin de cuentas, él también tenía hambre, y uno de los guardias de la sala le dijo que el rey comía antes que el personal a su servicio, y que aún les quedaba un rato a los demás para cenar.    

Por el camino apareció su “amigo” el ayudante de cámara del rey. Se quedó parado frente a Windor, mirándole con una sonrisa de lo más maliciosa, y alzando repetidamente sus cejas. Algo le decía al mago que la situación iba a ponerse tensa. No era para menos, pues le había hecho anteriormente dos jugarretas al pobre tipo. Involuntarias pero de malos resultados para su salud. Y tarde o temprano, él se tendría que resarcir. Aquella mirada, esa sonrisa, y el movimiento de una de sus manos hacia la boca, produciendo un fuerte silbido, se conjuntaron para provocar que otro nuevo “amigo” de Windor, el perro del castillo, le atacara por la espalda, arrancándole un trozo de la túnica. En concreto el que mantenía abrigado su trasero. Antes de darse la vuelta y gritar, Windor recordó al mago que había visto en los muelles. Después, gritó furioso.

Cuando las miradas del perro y Windor se cruzaron por segunda vez aquel día, hubo más comunicación no verbal. El perro escupió el trozo de túnica que había arrancado, como queriendo decir “esto pasa cuando juegas conmigo”. Y Windor, tras dedicarle varias miradas cargadas de furia y señalarse con un dedo su trasero, le respondió algo así “o persigues al ayudante de cámara y me dejas tranquilo, o te quitaré el pelaje y lo usaré para parchear mi túnica”. El animal entendió perfectamente aquello, y tras girar su cabeza hacia un costado y otro observando su pelo, al cual le tenía mucho cariño, apretó los dientes, y fue directo hacia el ayudante de cámara.

Fue divertido ver a aquel hombre huir despavorido y dando saltos para evitar los mordiscos del perro. Eso le amenizó a Windor el camino hasta las cocinas, de donde salía un aroma delicioso. Era increíble la de personas que había trabajando allí. Windor se presentó ante el cocinero jefe, al que localizó por su enorme gorro blanco. Le pidió permiso para comer algo sin esperar a que la cena fuera servida en el comedor, y recibió carta blanca para coger lo que quisiera. Y dio buena cuenta de aquel permiso sin límites. De hecho Windor sobrepasó con creces los límites de la gula. Al recordar la cláusula suprimida de su contrato laboral, según la cual tenía que pagar por lo que comiera en el castillo, el mago soltó un gran eructo, y pensó en el asesor laboral. Chúpate esa Letrinus.
Por última vez en aquel día, Windor volvió a la sala de audiencias, y esta vez sí, encontró al rey en situación de conversar. Se acercó al trono, y formuló su petición:

- Majestad, necesitamos una persona que administre la biblioteca.
- Denegado- la respuesta fue automática.
- Es muy importante poner en orden demasiadas cosas en este reino, y lo mejor es empezar por el castillo majestad.
- No lo veo pertinente Windor.
- Con el debido respeto, una de mis funciones es darle consejos majestad- y entonces, Windor empezó a recordar el anuncio de trabajo que le había llevado allí, el cual requería de capacidad para aceptar que sus consejos no fuera llevados a cabo. Había que cambiar de estrategia, valiéndose de cierta psicología barata-. Pero… ¿sabe qué? Que ahora que lo pienso, no necesitamos a nadie que dirija la biblioteca. A nadie en absoluto. Es más, qué rey en su sano juicio, contrataría a alguien para tal labor.
- Vaya, ahora que lo dices Windor, se me ha ocurrido una idea. ¡Necesitamos alguien en la biblioteca! Hablaré con Letrinus e Injusticio para que se encarguen de ello- y como si la idea realmente hubiese sido suya, el rey se ajustó la corona a la cabeza, y le dedicó una petulante sonrisa a Windor-. Si eso es todo, mañana hablaremos de nuevo.
- En realidad tengo más cosas que contarle majestad.
- Denegado.
- De acuerdo, hasta mañana.

Qué hombre tan irritante era Berinio. Pero había que ser optimista, y Windor se retiró a su torre valorando positivamente la forma en la que el rey cayó en su trampa. Si él no iba a seguir los consejos de Windor, era necesario perfeccionar aquel método de reconducir las pretensiones, de desaconsejar. Y el aprendizaje de esa táctica negociadora se convirtió en uno de los pasatiempos del mago durante sus primeros días en el castillo, en los cuales logró que el rey accediera a numerosas peticiones para mejorar el funcionamiento del castillo. 

Berinio siempre se atribuyó cada idea que Windor había tenido antes y le había puesto en bandeja, pero eso carecía de importancia, formaba parte del juego. Y Windor, al igual que la paloma que había arrasado jugando a las cartas con los vendedores, no dejaba de obtener pequeñas victorias, necesarias para mejorar las cosas en Trascania. 

Continuará...